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Científicos afirman que un naufragio en la costa de Patagonia es un ballenero norteamericano perdido en 1859

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Los restos de un barco que se cree que es el ballenero Dolphin, del siglo XIX, en la marea baja de Puerto Madryn, Argentina. (U. Sokolowicz)

Científicos, investigando los restos de un viejo barco de madera frente a la fría y ventosa costa del extremo sur de Argentina, afirman que es casi seguro que se trate del Dolphin, un barco ballenero trotamundos de Warren, una pequeña ciudad de Rhode Island (noreste de Estados Unidos), perdido en el año 1859. Los arqueólogos han pasado años investigando el origen del barco sin lograr una identificación definitiva, pero un nuevo análisis de los anillos de crecimiento en sus maderas ha proporcionado quizás la prueba más convincente hasta ahora. Un equipo de investigadores argentinos y estadounidenses acaba de publicar los resultados en la revista Dendrochronologia.

“No puedo afirmarlo con un cien por cien de certeza, pero el análisis de los anillos de crecimiento indica que es muy probable que se trate del barco”, dijo el autor principal, Ignacio Mundo, del Laboratorio de Dendrocronología e Historia Ambiental, IANIGLA-CONICET de Argentina. Mundo y los científicos del Columbia Climate School’s Lamont-Doherty Earth Observatory utilizaron una enorme base de datos de anillos de crecimiento de árboles longevos de Norteamérica para demostrar que las maderas fueron cortadas en New England, una región del noreste de EE.UU., y también del sureste de este país  justo antes de que se construyera el barco en 1850. Otras pruebas son los artefactos encontrados cerca del naufragio y los relatos históricos de Argentina y Rhode Island. Esta sería la primera vez que se aplica la ciencia de los anillos de los árboles para identificar un naufragio sudamericano.

“Es fascinante que la gente haya construido este barco en un pueblo de New England hace tanto tiempo, y que aparezca en el otro lado del mundo”, dijo el dendrocronólogo de Columbia, Mukund Rao, coautor del estudio.

New England fue uno de los principales actores del comercio mundial de ballenas desde mediados de la década de 1770 hasta la de 1850, cuando el aceite extraído de la grasa era popular para la iluminación y la lubricación, y el hueso de ballena se utilizaba en muchos pequeños artículos domésticos que ahora son de plástico. Cientos de barcos estadounidenses recorrían regiones remotas, a menudo en viajes que duraban años. La industria se desvaneció en la década de 1860 después de que las poblaciones de ballenas quedaran diezmadas y apareciera el petróleo.

Según un manuscrito inédito del historiador Walter Nebiker, local de Warren, el Dolphin se construyó entre agosto y octubre de 1850, con roble y otras maderas. Normalmente, los árboles se cortaban en la época fría, un año antes de la construcción del barco, que en este caso habría sido entre finales de 1849 y febrero de 1850. El Dolphin, que medía 111 pies de largo y pesaba 325 toneladas, fue botado el 16 de noviembre de 1850. Nebiker lo describió como “probablemente el velero más rápido de todos los tiempos”.

El autor principal, Ignacio Mundo, mide una de cuaderna de los restos del naufragio antes de realizar el muestreo. (Mónica Grosso)

El barco recorrió los océanos Atlántico e Índico durante casi dos años y medio, y regresó cargado de aceite en marzo de 1853. Los viajes posteriores lo llevaron a las Azores y a rodear el Cuerno de África hasta las Seychelles, Zanzíbar y Australia. Su último viaje partió de Warren el 2 de octubre de 1858. El barco acabó en la Patagonia unos meses después. En una carta escrita por el capitán Norrie a los propietarios, se dijo que el barco había sido destruido cuando “yacía sobre las rocas en la parte suroeste de la Bahía Nueva”, una aparente referencia al Golfo Nuevo, uno de los pocos puertos naturales buenos de la Patagonia donde los balleneros solían atracar. La tripulación habría navegado unas 10.000 millas para llegar allí.

Según la tradición local, los primeros colonos recogieron materiales de uno o varios naufragios, pero no está claro si correspondían al Dolphin o a otros barcos naufragados en la zona.

En 2004, el movimiento de sedimentos reveló los restos parciales de una embarcación de madera en las planicies intermareales frente a Puerto Madryn. Los lugareños sabían que estaba allí, pero los científicos no. En 2006 y 2007, arqueólogos náuticos del Instituto Nacional de Antropología y Estudios Latinoamericanos de Argentina, entre ellos Cristian Murray, excavaron los restos durante las mareas bajas. También documentaron otros pecios cercanos.

Lo único que quedaba del barco era parte de las cuadernas inferiores, o genoles, y algunas tablas de forro interior y exterior. En un artículo de 2009, Murray y colegas determinaron que el barco fue construido probablemente en el siglo XIX, principalmente con roble y pino del hemisferio norte. Sin embargo, no pudieron determinar de qué especie y si era de origen europeo o norteamericano. Con poco más -algunos clavos de latón, un solo zapato de cuero- especularon que podría haber sido un barco pesquero o mercante, o un ballenero.

En aguas más profundas, cerca del pecio y junto al buzo se encuentran los restos de un caldero de hierro muy incrustado y boca abajo junto con ladrillos de lo que podría haber sido un horno utilizado para calentar la grasa. El objeto de la derecha pudo haber sido un escobén (ojo de la nave) por donde se pasaban las cadenas del ancla. (Cortesía de PROAS-INAPL)

Con el tiempo aparecieron otras pruebas. Cerca del pecio se encontraron dos calderas de hierro y restos de ladrillos, lo que sugiere que se trataba de un fogón de procesamiento para hervir la grasa. Murray y sus colegas también descubrieron que el marino argentino Luis Piedrabuena  había rescatado a los 42 hombres de la tripulación del Dolphin. Él los llevó a Carmen de Patagones, una ciudad situada a unas 100 millas al norte y desde allí los náufragos tuvieron la esperanza de llegar a casa. ¿Dónde habría sido eso? El Dolphin aparecía en el registro de seguros marítimos de Lloyd como procedente de Warren. Los investigadores se pusieron entonces en contacto con la Warren Preservation Society que les proporcionó el manuscrito de Nebiker y otra información.

Basándose en esto, un periódico local de Rhode Island especuló en 2012 que el Dolphin había sido encontrado. En 2019 Murray finalmente publicó un artículo que lo sugería, pero aclaró que esto no se podía ser afirmado. Ahí es cuando los dendrocronólogos, científicos que estudian los anillos de los árboles, entran en escena. Ese año, Murray y sus colegas volvieron a excavar el pecio e invitaron a Ignacio Mundo a examinarlo. Quedaron horrorizados cuando Mundo les dijo que la única forma de obtener muestras decentes de la madera húmeda sería cortando un par de docenas de secciones transversales de cuadernas y tablas con una motosierra para luego secarlas. Al final, al darse cuenta de que no había otra manera de lograrlo, los arqueólogos cedieron y eligieron los lugares donde pensaban que se produciría el menor daño.

Después de procesar las muestras en su laboratorio, Mundo se contactó con Ed Cook, fundador del Lamont-Doherty Tree Ring Lab, colaborador desde hace mucho tiempo con colegas sudamericanos y pionero en dendroarqueología, la ciencia que permite determinar la edad y la procedencia de las estructuras de madera antiguas. Cook analizó muchos edificios antiguos en el noreste de EE.UU. junto con objetos históricos como una balandra (sloop) del siglo XVIII desenterrada accidentalmente durante las excavaciones tras la destrucción del World Trade Center en 2001. (Descubrió que fue construida con madera de roble cerca del año 1773 en las proximidades de Filadelfia).

El arma secreta de Cook: el Atlas de la Sequía de América del Norte, una enorme base de datos cuya creación encabezó a principios de la década de 2000. El atlas recopila series de anillos de unos 30.000 árboles en pie de muchas especies de todo el continente que se remontan a más de 2.000 años. Los distintos niveles de precipitación crean sutiles variaciones anuales en el ancho de los anillos que permiten a los investigadores reconstruir el clima del pasado, fechar los años exactos de germinación y crecimiento de los árboles y, en el caso de las antiguas estructuras de madera, a menudo saber dónde y cuándo se cortaron los árboles, ya que las condiciones climáticas varían de un lugar a otro, dejando patrones regionales distintos.

Sección transversal de una cuaderna de roble blanco (más concretamente, un primer genol). Esta muestra tiene 156 anillos y su último anillo resultó fechado al año 1845. Los agujeros en la parte superior fueron hechos por moluscos vermiformes (teredos) que se alimentan de madera. (Ignacio Mundo)
Sección transversal de una tabla de forro exterior de pino amarillo. El panel superior muestra la muestra en bruto; el inferior, el estado de la muestra tras su secado y lijado los que permitió hacer visibles los anillos de crecimiento. Esta muestra posee 258 anillos anuales. (Ignacio Mundo)

Los dendrocronólogos determinaron que las cuadernas eran de roble blanco, muchas de cuyas especies crecen en el noreste de Estados Unidos. Las tablas de forro exterior e interior eran de pino amarillo de edad avanzada, cuyos bosques cubrían gran parte del sureste de EE.UU. Las cabillas que mantenían las piezas unidas eran de acacia blanca o falsa acacia, especie cuya madera es resistente a la pudrición y está extendida por muchos estados del este.

El análisis de los anillos de roble demostró que algunas de las maderas procedían de árboles que se habían originado en 1679. Lo más llamativo: los anillos más externos indicaban que los robles habían sido cortados en 1849, coincidiendo exactamente con la construcción del Dolphin en 1850. Los anillos más recientes de las tablas de pino eran de 1810, pero a los científicos no les preocupó. A diferencia de las gruesas cuadernas, las tablas se habrían rebajado mucho, por lo que no se podía esperar encontrar los anillos más exteriores o próximos a la corteza.

A continuación, los científicos compararon los anillos con cronologías regionales específicas. La mayoría de las muestras de pino coincidían con cronologías desarrolladas hace décadas a partir de árboles vivos de las zonas de Choccolocco Mountain, en Alabama, y de Lake Louise, en Georgia, ambas conocidas por exportar grandes cantidades de pino a los estados del norte en el siglo XIX. Los investigadores no pudieron precisar si las tablas procedían específicamente de esos lugares, pero los patrones de las series de ancho de anillo indicaban que debían de proceder de algún lugar de Alabama, Georgia o el norte de Florida.

En cuanto a las cuadernas de roble, los anillos se asemejaban más a las cronologías tomadas de los árboles viejos que crecían en Massachusetts. Entre los marcadores: distintos períodos secos y de bajo crecimiento en los años 1680-90, 1700 y 1810. El escaso ancho de los anillos indicaba que los árboles habían crecido en bosques densos y antiguos, la mayoría de los cuales fueron talados en New England desde principios hasta mediados del siglo XIX por los madereros. Muchos de esos robles de Massachusetts acabaron sin duda en los astilleros de la vecina Rhode Island.

El nuevo artículo se previene y afirma que el barco podría ser el Dolphin, pero que, a falta de algún artefacto único relacionado con el buque, podría tratarse de algún otro ballenero estadounidense de la misma época. “Hubo muchos barcos balleneros en la zona durante esa época”, dijo Murray, coautor del artículo. “Así que no me gusta decir que es el Dolphin hasta que podamos obtener más pruebas”.

Sin embargo, Mukund Rao, el dendrocronólogo de Lamont, dice estar completamente convencido. “Los arqueólogos son más conservadores, prefieren un nivel de exigencia un poco más alto, y no les culpo”, dijo. “Es cierto que no tenemos algo como la campana del barco. Pero para mí, la historia está ahí en los anillos de crecimiento de las maderas “.

Esta investigación también fue escrita por Mónica Grosso, del Instituto Nacional de Antropología y Estudios Latinoamericanos de Argentina, y Ricardo Villalba, del Laboratorio de Dendrocronología e Historia Ambiental, IANIGLA-CONICET. Ignacio Mundo es también profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo.

 

 

 

 

 

 

 

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